8.35 de la mañana. A pesar de ser día sábado, me encuentro en el colegio realizando un ensayo de “la sigla innombrable”. Como el primero es el de Lenguaje, empiezo rápidamente a contestar las 80 preguntas. Comencé por las de contenido, porque siempre se me olvidan las “funciones del lenguaje”, y como está vez las había estudiado especialmente, no quise omitir una vez más aquella esperada pregunta. Si, ahí estaba cuando di vuelta la hoja: la número quince, la última de “contenido”. Leí el enunciado, pero en ese momento me distraje mirando algo que caminaba por mi bolso negro. Era un bicho blanco, muy extraño, parecía un gusano, pero tenía muchas patas y antenas que se movían sincronizadamente. Volví a mirar la pregunta quince del ensayo, pero la función apelativa ya había abandonado mi mente.
En ese momento, un nombre se me vino a la cabeza: Gregorio Samsa. ¡Ay no! ¿¡Que hace el protagonista de “La Metamorfosis” sobre mi bolso!? Mueve sus patas lentamente y se acerca a mi mesa. “Primero las preguntas de comprensión lectora”, me recuerda. Omito la quince y salto a la 31. Por suerte me acordó.
Entonces, como modo de agradecimiento, tiro a Gregorio lejos con la parte posterior de mi lápiz. Uno nunca termina de conocer a la gente, menos aun a los insectos extraños. Gregorio quería ser libre y yo lo ayudé, sacándolo de mi bolso. A cambio él me había entregado la clave para desarrollar un buen ensayo. Clave que por cierto yo conocía, pero había olvidado.
11.15 de la mañana. Segundo ensayo, matemática. Primera pregunta, respondo insegura. Segunda pregunta, más insegura aun. Tercera, logro marcar bien la alternativa. Cuarta, quinta, sexta… ¿Qué significan todos estos signos? ¿Cómo puedo saber cuantas pruebas corrigen Javier y Jaime en 5 horas? ¿Cómo se yo en que porcentaje aumenta el volumen de una caja si a su largo y a su ancho le sumo un centímetro? Y en todo caso… ¿A quien le importa? ¿A quién le importa que un alumno tenga una probabilidad de 1 versus 9.765.625 de tener la nota máxima en su examen si responde al azar?
Miro mi hoja de respuestas incómoda. Gregorio no me puede dar un consejo ahora, porque él solo ayuda en las pruebas de letras, y estos signos ni siquiera se parecen a los que salen en los cuentos y revistas. Mirar las letras es un alivio, pero esta sopa de números es una pesadilla. Entonces decido hacer lo mismo que el alumno de la pregunta 61, y contra esa probabilidad del 0.0000000001%, comienzo a rellenar los círculos al azar con mi lápiz grafito numero dos, marcando estratégicamente la menor cantidad de preguntas, pero haciendo que mi hoja parezca llena. Una estupidez de mi parte, pero ¿Por qué no jugar un rato? Y pinté parejas de puntos a lo ancho y largo de toda mi hoja, tratando de que quedara un “diseño” que pasara inadvertido ante los ojos de la coordinadora que recibía los ensayos.
Pero todavía quedaban más de 45 minutos de prueba, por lo que no podía entregar tan rápido la hoja punteada., o sospecharían de mi travesura. Miré mi bolso un par de veces, haber si por ahí aparecía Gregorio y me distraía un poco, pero nada. Mientras tanto, los números se reían de mí, porque yo no podía resolver los ejercicios, y comencé a ponerme nerviosa… “cuando revisen los ensayos se van a dar cuenta de que respondí puras tonteras…”. Las ecuaciones se burlaban, los gráficos me sacaban la lengua y los triángulos no se aguantaban las carcajadas… ¿Cómo puedo hacer que se callen? Entonces tomé mi lápiz fuertemente, y decidí que solo las letras son más fuertes que los números. Y escribí sobre esos feos ejercicios: “8.35 de la mañana. A pesar de ser día sábado, me encuentro en el colegio realizando un ensayo de “la sigla innombrable”…